Toulouse, 1 de julio de 2022

Nos disponemos hoy a comenzar nuestro XXIII Capítulo General después de un año intenso de preparación en toda la Congregación.

Hemos caminado este año animándonos a vivir la particular experiencia de gracia que expresa el lema de este Capítulo:

“Dejaos edificar sobre roca”

Lema que hemos acogido como llamada del Señor para nosotras en este momento de nuestra historia congregacional inserta en la historia de toda la iglesia y del mundo.

Un Capítulo y su preparación son tiempos privilegiados para parar un poco la velocidad y ponernos en contacto con lo que la vida, y Dios a través de ella, están tratando de decirnos.

Así lo hemos intentado a través de los distintos medios que nos hemos dado, los itinerarios que hemos recorrido y los acontecimientos que hemos celebrado desde el mes de septiembre de 2021 hasta hoy.

Y creo que la vida nos ha dado su mensaje invitándonos a abrazar con valentía y confianza este momento y descubrir en él una oportunidad para que su Gracia nos transforme y nos permita abrirnos a una nueva etapa de nuestra historia.

Nuestro lema no es un deseo de buscar seguridades frente a la crisis que percibimos y padecemos dentro y fuera, sino una disposición a dejar que algo nuevo surja; no desde nuestras fuerzas y posibilidades, sino desde la realidad fundante que es para nosotras el amor de Dios y su voluntad de que “tengamos vida y vida en abundancia” incluso donde todo puede parecer estéril.

Alguien nos hablaba precisamente de esto en la última asamblea de la UISG en Roma y nos proponía una imagen que me resulta sugerente:

El Valle de la Muerte es el lugar más cálido y seco de los Estados Unidos. Allí no crece nada porque no llueve. De ahí su nombre. Sin embargo, en raras ocasiones, contra todo pronóstico, llueve en el Valle de la Muerte. Y cuando lo hace, toda su superficie se cubre de flores, un fenómeno llamado "súper bloom" (super floración). Esto nos dice que el Valle de la Muerte no está realmente muerto; está dormido. Justo debajo de la superficie estéril hay semillas de posibilidades que esperan que se den las condiciones adecuadas. En otras palabras, en los sistemas orgánicos, si las condiciones son las adecuadas, la vida es inevitable.

Todo lo que se puede hacer es crear las condiciones bajo las cuales la vida pueda florecer; planten las semillas y dejen que Dios se encargue del resto.

En todo este camino que hemos recorrido hemos visto que, sin duda, hay cambios necesarios, decisiones urgentes, respuestas que dar y preguntas que seguir haciéndonos... Y en estos próximos días de trabajo y discernimiento vamos a ponernos a ello con todas nuestras ganas y con todo nuestro ser. Son nuestras semillas para plantar...Pero no podemos olvidar que lo que hará todo esto verdaderamente fecundo es una transformación interior, un trabajo de alma que nos permita bajar las defensas y dejar que el soplo del Espíritu pase e “infunda calor de vida en el hielo”.

Y cito de nuevo algo escuchado en la Asamblea:

La buena noticia es que la vida religiosa no se está muriendo; se está transformando, tal como lo ha hecho a través de muchos cambios en el ciclo de vida desde el tiempo de Jesús.

La Vida religiosa resurgirá. Pero hay decisiones difíciles por delante, y no soluciones rápidas o soluciones listas para usar. Todas las opciones que tienen exigirán trabajo duro. No hay escapatoria.

No, no hay escapatoria posible si queremos realmente dejarnos edificar de nuevo para que la Congregación siga teniendo y dando vida.

Sabemos que esta experiencia evangélica que estamos llamadas a vivir al interior de la vida religiosa y en nuestra vida congregacional, es el testimonio que hoy podemos ofrecer al mundo que también se debate con la fragilidad de tantos, el desconcierto ante el futuro, la precariedad y la impotencia. Un mundo llamado a transformarse desde dentro y que necesita que participemos a esa transformación con lo que somos capaces hoy de vivir encarnando en nosotras el Carisma de Compasión al que hemos sido llamadas

Dejemos que ese don nos empuje, como lo hizo en el primer momento de nuestra vocación y nos guie hacia el futuro con valentía, creatividad y tenacidad. Estoy segura de que sólo así daremos vida a nuestros anhelos más profundos y tendrá fuerza nuestra vida consagrada a Dios para servir y amar como Jesús.

Le decía Pablo al joven Timoteo (1 Tim 4, 14):

“No descuides el don espiritual que hay en ti y que te fue dado cuando te impusieron las manos. Cuida de esas cosas y dedícate a ellas...”

Creo, hermanas, que este es nuestro camino de fidelidad y de felicidad hoy para cada una y para la Congregación. El camino por el que el Señor nos quiere conducir. Y, por eso, extendamos nuestras manos con confianza, enlacémoslas entre nosotras y con otras y otros que también caminan al lado y sigámosle para que sea Él el que nos lleve, como Buen Pastor, durante este Capítulo y siempre.

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